Relato. El balcón del amor.
Estaba en mi casa escuchando música aleatoria cuando sonó LA canción. pero no en mi reproductor, estaba sonando en la calle. Ella empezó a tocar la trompeta abajo de mi balcón. No podía ser. Ella me dijo que me iba a volver a ver pero eso fue hace dos meses. Dos meses sin contacto. Sonaba como la artista que era, aunque en este caso era más callejera que otra cosa. Me asomé a ver si realmente era ella, con la duda haciendo a mis manos temblar, pero no, no era ella la que tocaba. Ella estaba preparada con un traje de gala masculino, una chaqueta con su chaleco y su pajarita. No me lo podía creer. Cuando me vio abrir la ventana del segundo piso de a calle Colombia me alzó una rosa y la música paró.
Me entonó en voz lo suficientemente alta para que nos oyera toda la calle:" Bella, Juro por Dios que vas a ser mía, sé que estoy muy loca, pero te gusta porque ningún vato como yo actúa", y lo más increíble no fue que lo dijera sin perder el ritmo, el tono o la voz, si no que me reí y le dije que ya bajaba, que si me esperaba una canción sería suya por siempre. Y así fue, a la trompeta se le unió el resto de la tuna. Tocaban rítmico mientras yo me ponía los tacones de baile con cintas y el vestido rojo rajado en la pierna. Sabía lo que podría significar ese baile, pero ¿Qué le íbamos a hacer? cuando el amor llama a tu puerta...o balcón...hay que abrirle. Cuando bajé, me ofreció su mano con la rosa en la boca y bailamos, juntas bachata como nos habían enseñado dos meses atrás en las clases. Como si nada hubiera cambiado, me aferré a ella, a su traje, a su cabello rapado por los lados y un ligero flequillo al frente, a toda ella, pues aunque habían pasado dos meses la amaba. La amaba y ahora me daba cuenta, bailando al ritmo de ambas, que la conexión que teníamos no se iba a ir a ningún lado, que nunca iba a desaparecer.
Terminamos la canción y sin esperar a que pagase a la tuna la besé. Porque era cierto, ningún hombre como ella actuaba. Ninguna persona del mundo sería, será, ni es, como ella. Mi mayor miedo, era que en el tiempo que estuvo fuera hubiera cambiado. Pero después de ver cómo trataba a la tuna, les pagaba y me miraba, supe que aunque cambiase su interior, sus miedos, o su rudeza, lo que ella era no cambiaría nunca. Su esencia seguiría siendo pura siempre.
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